Crecí con heridas familiares y cargando responsabilidades que no me correspondían. Llené mi vida de trabajo, pero nunca encontré la felicidad. Al casarme, enfrenté la violencia y el dolor de perder a mi único hijo.

En mi desesperación, conocí a una pareja cristiana que me habló de Jesús. Lo acepté en mi corazón y oré por mi matrimonio. Dios obró un milagro, transformando la vida de mi esposo y restaurando nuestro hogar.

Hoy, nuestra vida es diferente. He decidido seguir a Cristo y no vuelvo atrás.